HUTONG: PATIO O MUERTE

Mientras que las amplísimas avenidas de Beijing no pierden su esencia asiática -carromatos, bicimotos y automóviles se adelantan en dirección contraria sin proferir casi nunca un insulto y los rascacielos se yerguen entre el sólido estilo comunista y barroco kitsch (no en vano, son los asiáticos los mayores enamorados de Gaudí), hay ciertas partes de la ciudad que más que por chinas por antiguas, recrean un mayor regusto de autenticidad: el hutong.
Hay hutongs medio derrumbados y hutongs con un gris reluciente en sus fachadas. Construcción tradicional de Beijing con un patio, una planta, cemento gris y madera roja.
En verano los hombres andan sin camiseta, las familias duermen en las camas colocadas al aire libre, el polvo rampa a sus anchas, los viejos se sientan en las puertas de sus casas, de los pequeños restaurantes en las esquinas se escapa mucho humo y, sobre todo, se dibujan sonrisas, ruido, bullicio. Otra época con sólo doblar una callejuela.
Pero los hutongs caen en pos del rascacielo y el antiguo Pekín pierde parte de su solera. La posmodernidad nos deja sin gusto.

A TODO TE ACOSTUMBRAS, HASTA AL CAMPO DE CONCENTRACIÓN

Ya no son los rascacielos chinos grandes torres de cemento y cristal que se erigen iguales los unos a los otros, igualando las identidades hasta de los edificios. Sino que se han convertido en las esquinas que doblo y el marco que vislumbro tras el cristal del taxi.
Ahora son las casitas y las calles del centro de Madrid las que han disminuido, convertiéndose en una una ciudad-juguete, en una maqueta de Walt Disney de antigüedad y casticismo.
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